Recuerdo cuando abrí la puerta y tras chirrido de las visagras me envolvió el aroma de un cerro de melocotones que estaban depositados sobre costales a la espera de que lleguen para su clasificación.
Un olor especial que no sé cómo describir con palabras el que tengo en mi memoria. Un olor como de terciopelo.
Agarré uno y frotándolo en mi pantalón le quité esa fina pelusa que protege al fruto característico del pueblo. El primer mordisco fue recompensado con un jugoso ámbar, dulce y con una casi imperceptible cuota de ácido. Afuera estaban descargando los cajones que cargados sobre "Macharejo", "Rondón" y "Pisco", los tres burros
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