lunes, 13 de junio de 2011

Tiempo de viaje

Pese  a estar  muy cerca  de  Lima una de las  dificultades es la  calidad  del servicio de  transporte  público.  Si en la  actualidad es un problema  debido a  que  algunas  empresas  que  sirven en la  ruta  obligan a  viajar  en la  madrugada, sin un  horario  fijo. Antes, era un  calvario  conseguir movilidad.


Recuerdo  los  viejos  ómnibuses  de la  Empresa  de  Transportes Flores. Sus  colores crema y celeste eran característicos. Su  agencia estaba  en  la  cuadra  cuatro de la Av. Gamarra, en La  Victoria. Hasta  allá  íbamos  para  enviar  las  encomiendas  o  para  recibir  noticias de los  familiares.  La  señora  Luisa, esposa  de  don Abel  Flores era la  encargada  de  la venta  de  los  pasajes y el cobro del  flete. El  anciano  Layo  bromeaba  con los  pasajeros, que  siempre  estaban preocupados  escribiendo  sus  iniciales  en los  costalillos y  costales. Cuando  revisaban la lista  uno  podía  saber  de  qué  pueblos  eran los  pasajeros... de  Tupicocha, de  Tuna, de  San  Damián, de  Sunicancha..   Al promediar las diez de la  mañana  subían los  bultos  al techo del ómnibus. A veces  parecía  que  se excedían  por  el enorme  volumen  de  carga  que  sujetaban  con  sogas. Chato, le  decían  a  uno de  los  chulillos  que  ayudaban  con la  carga  a  los  choferes. Recuerdo a  Amancio.


Don  Abel y su esposa me  llamaban por  mi apellido  materno "Cuya".  Con el paso de  los  años   los  diminutivos  dieron paso  a  joven Cuya, quedando  atrás  el  cariñoso  "cuyita".  


En  Cocachacra  hacían un alto  los  choferes  para  que  los  pasajeros  pudieran  almorzar. La  Hosteria y  El  Palmero  eran los  restaurantes más  frecuentados. Aun recuerdo el sabor  de  las  sopas cuyo  sabor revelaba  que  emplearon leña  en su cocción.  Las  cocachacrinas ofrecían golosinas, gelatinas,  palomitas  de  maíz  y  el agua  de manzana  con  su  clásico !Agua de  manzaaaaaaaaaaaaaaana! o  los  membríiiios! 


Después del almuerzo  empezaba  la  ascención por  esa carretera  polvorienta  que  obligaba  a rugir  a los  motores  de  los  carros. Algunos  totecos, que  así  le  decimos a  los  tupicochanos, iban trepados en las  escaleras y el techo del  ómnibus.  Al  llegar  a "Repartición" se bajaban los  chautinos; en  chilca  bajaban  algunos  pasajeros, pero  subían otros  con  cajones  llenos  de  frutas  y sus  mascotas. Algunos  subían  con sus  alforjas  llenas  de  papas, porongos  con leche  y lampas  o  barretas. Lo  único que  se  deseaba  es  llegar  ya  al  pueblo. 


Al  llegar a  Callenshica los choferes  hacían  sonar  la  bocina  o  claxon, una  forma  bulliciosa  de  pasar  la  voz. Eran  conocidas  las  señoras  que  esperaban  sentadas  en las  bancas  de  la  plaza  a  ver  llegar  a  los  pasajeros, con la  esperanza  de  tener  un recado  o  encomienda. 


Desde  siempre  he  viajado a  Tuna, ya  sea  en los  carros  de  Flores, en el enorme  bus  de la  Empresa  comunal  de  San Damián, en el  bus  de  Fausto  Perales, en esos  viejísimos  carros  de  la  Empresa Pérez  o  en las  empresas  que   en la  actualidad  ofrecen el servicio de  transporte como Regional u otros. 


La  imprudencia fue  causa  de  muchos  accidentes, algunos  de  ellos  con consecuencias  funestas. Las  piañas  con sus  cruces  que  se  yerguen a  la  vera  de  la  carretera  recuerdan las  vidas  que  fueron apagadas  en  las  volcaduras sucedidas.  La  más  grave  de  todas  fue  el accidente  en el que  fallecieron músicos  de la  Orquesta  revelación 5:40 y  un grupo de  fans (1995) Años  atrás  fallecieron comerciantes  cuando  se  volcó  al  abismo  el  camión "Joven Soy". La  lista  de  accidentes  no es  corta, lamentablemente. 


Los  que  visitan en la actualidad  el  pueblo  lo  hacen  a  través  de  una  carretera  más  ancha. Si les  parece  que  es  angosta,  no tienen ni idea  de  lo que  fue  viajar  al  pueblo  hasta  mediados  de  los  años  noventa, cuando  el  ejército  con maquinaria  pesada  trabajó en el ensanchamiento.


En el verano  el  viaje  es  polvoriento; pero en invierno el  viaje  es tortuoso  por  los  enormes  charcos  de  agua,  lo  resbaloso de la  carretera  y  la persistente  neblina  que  no  permite  ver  más  allá  de  unos  metros.  


La  carretera  recibe  el  mantenimiento  que  realizan  las  comunidades  campesinas, respetando  la  jurisdicción de  su  territorio. 

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