Pese a estar muy cerca de Lima una de las dificultades es la calidad del servicio de transporte público. Si en la actualidad es un problema debido a que algunas empresas que sirven en la ruta obligan a viajar en la madrugada, sin un horario fijo. Antes, era un calvario conseguir movilidad.
Recuerdo los viejos ómnibuses de la Empresa de Transportes Flores. Sus colores crema y celeste eran característicos. Su agencia estaba en la cuadra cuatro de la Av. Gamarra, en La Victoria. Hasta allá íbamos para enviar las encomiendas o para recibir noticias de los familiares. La señora Luisa, esposa de don Abel Flores era la encargada de la venta de los pasajes y el cobro del flete. El anciano Layo bromeaba con los pasajeros, que siempre estaban preocupados escribiendo sus iniciales en los costalillos y costales. Cuando revisaban la lista uno podía saber de qué pueblos eran los pasajeros... de Tupicocha, de Tuna, de San Damián, de Sunicancha.. Al promediar las diez de la mañana subían los bultos al techo del ómnibus. A veces parecía que se excedían por el enorme volumen de carga que sujetaban con sogas. Chato, le decían a uno de los chulillos que ayudaban con la carga a los choferes. Recuerdo a Amancio.
Don Abel y su esposa me llamaban por mi apellido materno "Cuya". Con el paso de los años los diminutivos dieron paso a joven Cuya, quedando atrás el cariñoso "cuyita".
En Cocachacra hacían un alto los choferes para que los pasajeros pudieran almorzar. La Hosteria y El Palmero eran los restaurantes más frecuentados. Aun recuerdo el sabor de las sopas cuyo sabor revelaba que emplearon leña en su cocción. Las cocachacrinas ofrecían golosinas, gelatinas, palomitas de maíz y el agua de manzana con su clásico !Agua de manzaaaaaaaaaaaaaaana! o los membríiiios!
Después del almuerzo empezaba la ascención por esa carretera polvorienta que obligaba a rugir a los motores de los carros. Algunos totecos, que así le decimos a los tupicochanos, iban trepados en las escaleras y el techo del ómnibus. Al llegar a "Repartición" se bajaban los chautinos; en chilca bajaban algunos pasajeros, pero subían otros con cajones llenos de frutas y sus mascotas. Algunos subían con sus alforjas llenas de papas, porongos con leche y lampas o barretas. Lo único que se deseaba es llegar ya al pueblo.
Al llegar a Callenshica los choferes hacían sonar la bocina o claxon, una forma bulliciosa de pasar la voz. Eran conocidas las señoras que esperaban sentadas en las bancas de la plaza a ver llegar a los pasajeros, con la esperanza de tener un recado o encomienda.
Desde siempre he viajado a Tuna, ya sea en los carros de Flores, en el enorme bus de la Empresa comunal de San Damián, en el bus de Fausto Perales, en esos viejísimos carros de la Empresa Pérez o en las empresas que en la actualidad ofrecen el servicio de transporte como Regional u otros.
La imprudencia fue causa de muchos accidentes, algunos de ellos con consecuencias funestas. Las piañas con sus cruces que se yerguen a la vera de la carretera recuerdan las vidas que fueron apagadas en las volcaduras sucedidas. La más grave de todas fue el accidente en el que fallecieron músicos de la Orquesta revelación 5:40 y un grupo de fans (1995) Años atrás fallecieron comerciantes cuando se volcó al abismo el camión "Joven Soy". La lista de accidentes no es corta, lamentablemente.
Los que visitan en la actualidad el pueblo lo hacen a través de una carretera más ancha. Si les parece que es angosta, no tienen ni idea de lo que fue viajar al pueblo hasta mediados de los años noventa, cuando el ejército con maquinaria pesada trabajó en el ensanchamiento.
En el verano el viaje es polvoriento; pero en invierno el viaje es tortuoso por los enormes charcos de agua, lo resbaloso de la carretera y la persistente neblina que no permite ver más allá de unos metros.
La carretera recibe el mantenimiento que realizan las comunidades campesinas, respetando la jurisdicción de su territorio.
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